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Seis mitos sobre el comunismo que se cumplen en el capitalismo

Seis mitos sobre el comunismo que se cumplen en el capitalismo

La visión tópica de un 'comunismo opresivo' y un 'capitalismo libre' arraigada en la conciencia común no refleja la realidad, ya que muchos o casi todos los 'pecados' atribuidos al comunismo son inseparables del sistema capitalista.
Así opina en su artículo en el portal Salon.com el bloguero Jesse Myerson, que ha elaborado una lista de las afirmaciones erróneas más comunes sobre dos sistemas cuyo antagonismo ha marcado el siglo XX y generado muchos mitos históricos. 

1. Las economías comunistas se basan en la violencia de Estado  

Comúnmente se considera que la regulación estatal de la economía en la URSS o en China es un instrumento represivo y reprochable que solo es utilizado por un Estado que intenta penetrar en todas las áreas de la sociedad para dominarla. No obstante, el poder estatal es una condición indispensable para la protección de la propiedad, piedra angular del capitalismo. La única diferencia entre estos dos sistemas antagónicos consiste en que los comunistas insisten en que la propiedad, es decir, los medios de producción (como fábricas) o las acciones y bonos, debe ser distribuida universalmente entre toda la sociedad. 

2. Las economías capitalistas se basan en el libre intercambio 

La pastoral imagen de un mercado abundante, donde cada persona libremente puede satisfacer sus necesidades también es un mito bastante común. La realidad es que la naturaleza del mercado y su origen están marcados por las expropiaciones, como la privación a los campesinos de su acceso a las tierras, y la falta de libertades. La situación no ha cambiado mucho hoy en día, cuando la gran mayoría de la población se ve privada del acceso a los recursos necesarios pese a su aparente abundancia. Además, cabe recordar que para su desarrollo el capitalismo estadounidense requirió exterminar a pueblos indígenas y esclavizar a los africanos.  

3. Los Gobiernos capitalistas no atentan contra los derechos humanos

Sería poco creíble que un sistema que aplaude al rápido enriquecimiento en medio de una competencia despiadada no produjera graves actos de violencia y privaciones, pero curiosamente sus defensores mantienen que estos 'excesos' son una manifestación de la justicia y la libertad. Los que no estén convencidos de la tesis anterior, podrían recordar que uno de los derechos fundamentales, el derecho a la vida, se viola diariamente cuando miles de personas mueren de desnutrición debido a que el libre mercado es incapaz de resolver este problema global.

4. Los regímenes comunistas son responsables de millones de muertes 

Los que se animan enumerando los crímenes (tanto supuestos como reales) cometidos por regímenes comunistas, prefieren no recordar que el triste balance de víctimas nunca estará a favor del capitalismo. Los defensores del capitalismo, en este caso, tendrán que buscar alguna excusa convincente tanto para el comercio de esclavos y el exterminio indígena como para las masacres realizadas por EE.UU. y sus aliados en sus intentos de derrocar Gobiernos procomunistas. A esta cuenta hay que añadir el número de muertes a causa de las transiciones de países del bloque socialista al capitalismo. Los anticomunistas más virulentos tienen una manera muy astuta para desmentir estos casos de la exterminio: simplemente niegan que hayan sucedido. 

5. El comunismo promueve la uniformidad 

Mientras que en el inconsciente colectivo prevalece la imagen de una sociedad homogénea e altamente ideologizada, que no deja la oportunidad para la creación, este mito ya se ha hecho realidad en la mayoría de las sociedades capitalistas, donde crece la tendencia al consumismo descontrolado incitado por necesidades ficticias. Al contrario, la ideología marxista postulaba que uno de los objetivos del comunismo consiste en la liberación del tiempo para el desarrollo personal. De esa manera, el comunismo se basa en todo lo contrario a la uniformidad. 

6. El capitalismo promueve la individualidad 

En una sociedad de masas, donde millones y millones de personas están produciendo y consumiendo las mismas cosas a gran escala, el auge de la individualidad parece casi un milagro o al menos una exclusión de la regla común. A veces  basta con echar un vistazo a los barrios residenciales de las grandes ciudades con sus casas o supermercados uniformados, para concluir que es un producto de una sociedad completamente opuesta a lo individual.


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